
De nuevo llovía. Elena solía amar la lluvia, pero al volverse esta bastante frecuente comenzaba a sumergirla en un estado de depresión. Ella no quería estar deprimida, eso era justo lo último que ella quería. La última vez que lo vio le prometió que sería fuerte, por él. Y que cada que no pudiera seguir adelante, cada vez que ella pensara que la vida no valiera la pena, cerrara sus ojos, y recordara aquellos valiosos momentos que ambos compartieron juntos. Cansada de estar en la cama, Elena se despertó y se puso junto al alfeizar para mirar hacia afuera. Además de ver a la lluvia, veía vagos recuerdos de su pasado. Veía a una chica radiante vestida en shorts y con una blusa de tirantes rosa bailar bajo la lluvia con un chico alto, que en ese momento llevaba jeans y una camisa verde. Sonrío sin ganas ante aquel recuerdo y se echó a llorar. Agradecía que su madre no estuviera en casa ese día, así no tendría que fingir una sonrisa, pretender que todo estaba bien. ¡Y estaba harta de eso! Estaba tan cansada de fingir una sonrisa todo el tiempo, ella no estaba feliz. No iba a estarlo así. ¿Cuándo demonios pensaba regresar? Golpeo con los puños la ventana, lastimándose, pero el dolor en sus manos no era nada comparado con el que su alma sentía.
-¿Estabas llorando por mí? Odio que lo hagas…-le dijo un chico que estaba recargado en el marco de la puerta. La sonrisa se le ilumino a Elena. Corrió a sus brazos y lo abrazo con fuerza, para que después sus manos comenzaran a desplazarse por el rostro del chico.
-Estas aquí…-Murmuró ella- Te eche tanto de menos…
-Siempre he estado aquí…-Le sonrió él- Aunque no puedas verme…
Elena posó la yema de sus dedos sobre los labios del chico silenciándolo, y después se acercó a él para besarlo. Cerró los ojos y se dejó llevar por ese pequeño momento de perfección, en el cual ambos estaban juntos. Y de repente, abrió los ojos como platos. Se separó de él y lo miro fijamente.
-¿Cómo entraste?- lo miro con desconfianza y dudosa a la vez- Mi madre ha dejado la puerta cerrada…
-Tú me dejaste entrar…-Susurró él- Cada vez que sueñas conmigo, es como si me dejaras entrar
Elena sacó todo el aire que tenía en los pulmones de una sola vez y comenzó a negar para si
-Es imposible, no estoy soñando…-Miró hacia otro lado y después devolvió su mirada en dirección hacia donde estaba el chico- Porque si estuviese soñando yo no…
Pero ya no estaba. Eran tantas las veces en las que ella soñaba con él, y tantas las veces en las que su mente le hacía creer que él había regresado, que ya ni siquiera recordaba cómo era estar realmente con él. Abrió los ojos y se encontró con el techo, que para ella representaba la realidad. ¿Cuántas veces no había deseado poder dormir por siempre para al menos ahí estar a su lado? Muchas. Tomó su diario, escribió la fecha y la hora y escribió: “Soñé de nuevo con él. Ya no soporto esto.” Usualmente ella no dejaba que su vida dependiera de un chico, pero este no era cualquier chico. Era su primer amor. Se levantó de la cama y vio a la brillante dama de la noche, la luna brillar como nunca lo había hecho. Las estrellas resplandecían a su alrededor y parecía que hacían una bella danza. Al menos ese era el único consuelo que le quedaba. Que en algún lugar del mundo él estaría viendo el mismo cielo que ella. Mientras tanto, en un lugar desconocido para Elena un chico escribía cartas para ella, cartas que nunca iban a ser enviadas. El chico dirigió una última mirada a una fotografía que tenía a su lado. Su dulce Elena sonreía ampliamente, y lucía radiante con su vestido de flores. Miro a la ventana tratando de quedarse dormido. Pero Sebastián simplemente no podía. Y Elena tampoco. No mientras ambos no estuvieran juntos. Pero a veces, la vida puede ser lo suficientemente desgraciada como para separar a dos personas que se aman, pero lo suficientemente buena para mantenerlos separados por su propio bien. En lugares donde ambos tendrían una mejor vida, un mejor futuro. Algún día lo agradecerían, algún día todo eso valdría la pena.
-¿Estabas llorando por mí? Odio que lo hagas…-le dijo un chico que estaba recargado en el marco de la puerta. La sonrisa se le ilumino a Elena. Corrió a sus brazos y lo abrazo con fuerza, para que después sus manos comenzaran a desplazarse por el rostro del chico.
-Estas aquí…-Murmuró ella- Te eche tanto de menos…
-Siempre he estado aquí…-Le sonrió él- Aunque no puedas verme…
Elena posó la yema de sus dedos sobre los labios del chico silenciándolo, y después se acercó a él para besarlo. Cerró los ojos y se dejó llevar por ese pequeño momento de perfección, en el cual ambos estaban juntos. Y de repente, abrió los ojos como platos. Se separó de él y lo miro fijamente.
-¿Cómo entraste?- lo miro con desconfianza y dudosa a la vez- Mi madre ha dejado la puerta cerrada…
-Tú me dejaste entrar…-Susurró él- Cada vez que sueñas conmigo, es como si me dejaras entrar
Elena sacó todo el aire que tenía en los pulmones de una sola vez y comenzó a negar para si
-Es imposible, no estoy soñando…-Miró hacia otro lado y después devolvió su mirada en dirección hacia donde estaba el chico- Porque si estuviese soñando yo no…
Pero ya no estaba. Eran tantas las veces en las que ella soñaba con él, y tantas las veces en las que su mente le hacía creer que él había regresado, que ya ni siquiera recordaba cómo era estar realmente con él. Abrió los ojos y se encontró con el techo, que para ella representaba la realidad. ¿Cuántas veces no había deseado poder dormir por siempre para al menos ahí estar a su lado? Muchas. Tomó su diario, escribió la fecha y la hora y escribió: “Soñé de nuevo con él. Ya no soporto esto.” Usualmente ella no dejaba que su vida dependiera de un chico, pero este no era cualquier chico. Era su primer amor. Se levantó de la cama y vio a la brillante dama de la noche, la luna brillar como nunca lo había hecho. Las estrellas resplandecían a su alrededor y parecía que hacían una bella danza. Al menos ese era el único consuelo que le quedaba. Que en algún lugar del mundo él estaría viendo el mismo cielo que ella. Mientras tanto, en un lugar desconocido para Elena un chico escribía cartas para ella, cartas que nunca iban a ser enviadas. El chico dirigió una última mirada a una fotografía que tenía a su lado. Su dulce Elena sonreía ampliamente, y lucía radiante con su vestido de flores. Miro a la ventana tratando de quedarse dormido. Pero Sebastián simplemente no podía. Y Elena tampoco. No mientras ambos no estuvieran juntos. Pero a veces, la vida puede ser lo suficientemente desgraciada como para separar a dos personas que se aman, pero lo suficientemente buena para mantenerlos separados por su propio bien. En lugares donde ambos tendrían una mejor vida, un mejor futuro. Algún día lo agradecerían, algún día todo eso valdría la pena.
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