-Bueno…-suspiró la chica. Sabía que ya no se podía hacer nada. Estaba muerta, finalmente estaba muerta.- Lo hiciste de una vez por todas. –Sonrió débilmente y se acercó a su cuerpo, que yacía tirado en el piso.
Recordaba los últimos segundos de su vida, sus calientes lágrimas recorriendo su mejilla, su reflejo en es espejo. Odiaba verse llorar, su rostro se enrojecía al igual que sus ojos, y se veía aun peor de lo que ya lucía cuando estaba feliz. Los regaños incesantes de su madre resonaban en su mente: “Nunca llegarás a ningún lado” “¿Por qué no puedes simplemente ser como las demás niñas de tu edad?” “Deja de comer tanto o engordarás como cuando eras niña” “Esa ropa se te ve horrible, ve y ponte algo decente” “No eres buena en la escuela, las labores domesticas las haces mal… ¿Para qué demonios sirves?”. Quería callar esa voz, esa puta voz chillona.
Una vez, cuando tenía 10 años, lo había planeado todo a la perfección. Pero el plan había fallado por el simple hecho de que nunca había tenido el valor de hacerlo. Pero ahora lo tenía. La hoja del cuchillo brilló cuando sus empañados ojos la vieron con temor. Pero… ¿A qué le tenía miedo? La muerte no podía ser tan mala como la vida. ¿O si?
Inhalo y exhalo dos veces, era la última vez que lo iba a hacer. Cerró los ojos lentamente…y, por ultimo…se clavó el cuchillo, justo en el corazón. El órgano dejo de latir. Se detuvo. Por su mente no pasó esa estupidez de “La película de tu vida”. Simplemente todo se mantuvo oscuro. Volvió a abrir los ojos…y vio luz. Lo primero que le vino a la mente fue que por desgracia había dado en el cielo, después se dio cuenta que en realidad la luz venía de la ventana, que estaba tirada en el piso, su pecho llenó de sangre. Estaba muerta y a la vez viva.
Se incorporó, pero su cuerpo seguía estando ahí. Ahora era lo que normalmente se llamaba...”fantasma”. Sus ojos se volvieron a llenarse de lágrimas al verse ahí. ¡Dios! ¡Que tonta había sido! ¿Por qué lo había echo? Lloriqueó un rato recostando su cabeza sobre ella y entonces reparó en la carta que había escrito. Estaba celosamente atrapada en el puño que había formado en su mano. No quería leerla, ya sabía que decía… ¿Para qué recordar el dolor?
La puerta se abrió de improviso, sin darle oportunidad de esconderse. “¡Pero si ya estás muerta!” se recordó. Pensó que eran sus padres. No le importaba. En lugar de eso Alejandro se quedo petrificado en la entrada al ver su cuerpo inerte.
-¿Emilia?- No iba a llorar. Los chicos no lloran. No iba a llorar- ¡Emilia!- Gritó con su voz grave, acercándola a ella y tomándola entre sus brazos. Debía haber estado cuando la necesitaba, él se lo había prometido... ¡Maldita sea! ¡Estaba muerta! ¡Él le había prometido que iba a estar ahí!- No estás muerta…no debes estarlo…- balbuceó.
-Pero lo estoy- murmuró el fantasma de Emilia.- Rompiste tu promesa, yo rompí la mía. Ya nada me retiene aquí, al menos no por completo.
Pero él no escuchó. Las personas nunca escuchan más allá de lo que quieren escuchar, son lo suficientemente egoístas para poder hacerlo. Alejandro también encontró la carta, se limpió las lágrimas con la manga de su suéter y la cogió. Esta decía:
“Queridos papá y mamá, también querido Alejandro si es que estás leyendo esto:
Me rendí. Me cansé de nadar contra la corriente, nunca entenderían lo que de verdad amo hacer. Mamá, no soy perfecta ni anhelo serlo. Me amo tal cual soy, con todas mis virtudes, porque las tengo, y con todos mis defectos. Papá, la idea que tienes de mi es completamente diferente a lo que de verdad soy. No me gusta ir a la iglesia, no me gusta socializar con las personas que no son de mi agrado. Soy más bien…taciturna, me gusta disfrutar del silencio. Dijiste que no querías gastar en escuelas privadas, no te preocupes. Ya no tendrás que hacerlo.
Y, finalmente, Alejandro. No hay mucho que contar, la historia es la misma de siempre. Otra chica, y yo de idiota. Sofía no tuvo la culpa, la tuviste tú. Y no te culpo, es decir...la chica es preciosa. Pero... ¿Sabes? No te la mereces. Ni tampoco a mí. No podré ser la persona más agraciada del universo. Ni la más lista, ni la más perfecta. Y es porque ni siquiera quiero ser eso. Quiero ser YO. Y eso es lo que estoy haciendo. O al menos hacía. En un principio te dije que había cambiado. Así fue. Y si, quizás tú también lo hiciste. Pero en el fondo sigues siendo ese chico que no sabe lo que quiere de su vida.
No me arrepiento de lo que hice porque aprendí que de nada sirve el arrepentimiento, eso no arregla nada.
Los quiere:
Quien alguna vez fue Emilia."
-¿Por qué lloras?- preguntó con amargura, sintiéndose patética, sabiendo que no iba a responder- Ni siquiera me amabas- Suspiró y se sentó en el sillón a observar el cuadro que se desarrollaba.
Alejandro la besó. No le importaba que estuviera muerta, el la amaba.
Lo había echo siempre. Amaba a la chica callada del salón, la que siempre estaba al frente, no
hablaba con nadie y se la pasaba metida en sus libros. La chica que reía con su profesor de ingles,
del cual tenía celos porque a veces pensaba que había algo más en su relación alumna-maestro.
La chica de cabello despeinado, ojos cafés que solían iluminarse cuando estaba feliz, cuyo mejor
amigo era gay, y su mejor amiga ni siquiera estaba en el mismo salón que ella. La chica que cantaba
para alegarse el día. La chica llena de vida que finalmente se había marchitado.
Tomó la carta y la dobló para después guardarla en su cartera. Cuando la guardo en su bolsillo se
topó con la pequeña caja negra aterciopelada cuyo contenido era un sencillo anillo con un pequeño
diamante incrustado. ¿Qué iba hacer ahora con el?
Si, era alocado. Estúpido y desesperado. Pero valía la pena. Quizás en otro mundo, en otro
universo podría encontrarla. Sacó el puñal del pecho de Emilia. Y se repitió todo. Inhalo y
exhalo dos veces, era la última vez que lo iba a hacer. Cerró los ojos lentamente…y, por
ultimo…se clavó el cuchillo. Su cuerpo cayó junto al de ella, y al cabo de unos minutos estaba
sentado a su lado en la sala.
-¿Te das cuenta de lo idiota que eres?- espetó ella. Se cruzo de brazos y miró enojada hacía la
nada.- Mañana esto estará en las noticias…”Los Romeo y Julieta del 2012”- Imito ella con la
voz de la presentadora de las noticias matutinas.
-Estamos juntos, es lo que importa.- los ojos de Emilia brillaron por un segundo, una idea le cruzo
por la mente.
-Te haré una promesa- extendió su mano hacia él, Alejandro la tomó sin entender que pretendía
ella hacer- Por todo el dolor que me provocaste estos últimos dos años, yo te prometo una
eternidad de sufrimiento.
Sus labios se curvaron en una macabra sonrisa y algo inesperado sucedió.
Ambas manos unidas comenzaron a irradiar luz, una intensa luz color roja. Y una voz resonó en toda la habitación diciendo: “Un trato es un trato. Y las promesas nunca se rompen.” Una mancha oscura apareció en la pared, haciéndose cada vez más grande. Emilia se levantó del sillón para observarla con detenimiento, y alguien comenzó a emerger de ahí.
Sus perfectas facciones, su cabello negro como la noche, su pálido rostro cual luna llena en el
cielo. Marco había regresado. Desde el mismísimo infierno.
-Te dije que la señorita no te convenía- dijo Marco a Alejandro con la misma voz que había sonado en la sala- Al final iba a hacer lo posible para arrancarte el corazón.- La tomó de la cintura
atrayéndola hacia si- ¿Lista para regresar a casa?